viernes, 23 de marzo de 2007

Prejuicios.


Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana. Una alumna rubia e inequívocadamente germana adquiere su bandeja con el menú en el mostrador de autoservicio y después se sienta en una mesa. Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. Al regresa, descubre con estupor que un chico negro, probablemente subshariano por su aspecto, se ha sentado en su lugar y está comiendo de su bandeja.De entrada la muchacha se siente desconcertada y agredida, pero enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no está acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del europeo, o incluso que quizás no disponga de dinero suficiente para pagarse la comida, aún siendo ésta barata para el estándar de vida de nuestros ricos países.De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreírle amistosamente. A lo cual el africano responda con otra blanca sonrisa.A continuación la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiéndola con generosidad y cortesía con el chico negro.Y así él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan del mismo plato de estofado hasta acabarlo, y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta. Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas de parte de ella.Acabado el almuerza la alemana se levanta en busca de un café. Y entonces descubre, el la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta.Dedico esta historia deliciosa, que además es auténtica, a todos aquellos españoles argentinos,chilenos,suizos,etc,que, en el fondo, recelan de los inmigrantes y es consideran individuos inferiores. A todas esas personas que, aún bien intencionadas, les observan con condescendencia y paternalismo. Será mejor que nos liberemos de los prejuicios o corremos el riesgo de hacer el mismo ridículo que la pobre alemana, que creía ser el colmo de la civilización, mientras el africano, el sí inmensamente educado, la dejaba comer de bandeja y tal vez pensaba: “Pero que chiflados están los europeos”

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